Existe una diferencia marcada entre ayudar y sobre-ayudar. La línea es más fácil de cruzar de lo que parece y sabes que lo has hecho cuando ayudar a otros afecta tu bienestar y tu productividad.
Colaborar con un colega, amigo o familiar es una maravillosa habilidad constructiva que te permite ir más allá y prestar una ayuda generosa y realmente útil a quien la necesite sin importar bajo qué condición la pidan, además de hacerte empático ante la situación de los demás.
No hay nada malo con ayudar, mientras estés consciente que debes hacerlo en su justa medida y no confundir “ayuda” con “hacer el trabajo de otros y dejar el tuyo de lado”.
Muchas de las conductas laborales que afectan nuestra productividad, son consecuencia del comportamiento propio y no el de terceros, es decir, no sabemos colocar límites a lo que debemos/podemos hacer y nos acostumbramos a siempre decir que sí, cosa que a largo plazo, se vuelve contraproducente.
Reconocer los fallos que no nos permiten rendir al 100%, es solo el primer paso, el segundo sería cambiar esa conducta que tanto nos perjudica por una más sana. Piénsalo como un botón que te permita pausar, rebobinar y darte cuenta del momento en el que tu ayuda se convierte en “demasiado”.
Pregúntate si tienes el suficiente tiempo, energía y disposición para ayudar y aún así puedes gestionar tus asignaciones y prioridades. Si la respuesta es negativa, debes idear una manera de hacerle saber al otro que no podrás apoyarlo en ese momento.
Algo que también debes considerar es si en realidad estás ayudando o si por el contrario estás haciendo el trabajo. Lo segundo no solo afecta tu productividad, sino también el desempeño de la otra persona que nunca sabrá resolver el problema por sí misma.
Colaborar es una actitud natural del progreso y de haber adquirido habilidades y experiencia, pero con esto también viene una gran responsabilidad que es saber cuándo debes y puedes prestar apoyo, y cuándo no.